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domingo, 27 de octubre de 2013

Perdido.

Me dio la mano: estaba fría, como de costumbre. Con la otra sujetaba un cigarrillo que acababa de encender. A mí me repugnaba aquel olor, pero hubiera soportado lo que fuese con tal de estar a su lado. 
Intenté mirarla a los ojos, no sabía por qué, quizás para buscar algo. Después me di cuenta de que lo que buscaba probablemente se hubiese ido hacía ya tiempo. De todas formas, con todo aquel maquillaje y su mirada clavada en el horizonte, no habría conseguido encontrar nada, por mucho que aún siguiese allí. 
Siempre me había preguntado por qué se maquillaba tanto, con lo guapa que era al natural. Una vez la había escuchado gritarle a alguien por teléfono que estaba cansada de tachar lágrimas y supuse que sería una metáfora, pero en aquel momento ya no estaba tan seguro.
Y entonces giró la cabeza y me sonrió, mientras el humo se escapaba de sus labios rojos. 

Estaba matándonos a los dos y ni siquiera se daba cuenta.

sábado, 19 de octubre de 2013

Fría como el aire que empañaba su ventana.

Se sentó en el alféizar de la ventana mientras escuchaba su canción favorita cuando, de repente, todas aquellas palabras que hasta el momento le habían resultado tan familiares, se desvanecieron entre las bocanadas de aire que salían por su boca. Y, por primera vez, cobraron sentido. 
Las lágrimas comenzaron a formar caminitos helados por su cara. Tan helados que quemaban.
Y miró por la ventana. Y el otoño había llegado. Y el suelo estaba todo vestido con los tonos rojizos de montones de hojas caídas y resquebrajadas, como sus labios. 
A lo mejor ella era así: destrozando todo a su paso, tal y como lo había destrozado a él. Fría como el aire que empañaba su ventana. Y, aún así, apasionante. Con aquella sonrisa encandiladora y sus ojos, a veces verdes, a veces dorados. Con esos labios que habían dicho pertenecer a tantos cuando realmente sólo eran de ella. Y aquel corazón. Oh, aquel corazón tan irrompible. Tan distante. Tan suyo.
Así era ella.
Ella era el otoño. 

viernes, 4 de octubre de 2013

Malentendidos.

 Entonces ella abrió la puerta para salir de casa, y se encontró a su madre observándola desde el salón. Se había puesto unas medias con un par de agujeros en cada pierna. 

-¿A dónde crees que vas? ¡No se puede salir a la calle rota!
-Mamá, todo el mundo va así.
-Me da igual cómo vaya todo el mundo.
-Pero sé cómo disimularlo...
-¡Eso no se puede disimular! Deberías avergonzarte.
-Y lo hago. ¿Crees que me gusta estar así?
-Pues parece que sí.
-No lo he hecho a propósito. 
-Las cosas no se rompen solas.
-Las personas sí.