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domingo, 15 de diciembre de 2013

Título de la entrada.


Siempre la había envidiado. 

Tenía aquella sonrisa perfecta y los ojos negros como el café. Tan divertida, tan inteligente. Tan delgada sin tan siquiera hacer ejercicio. La melena hasta la cadera, la piel bien pálida. Adoraba las pulseras. Nunca tenía ojeras. Era aquella típica chica a la que todo el mundo quería.

Excepto ella misma.

Tenía aquella sonrisa falsa y los ojos llenos de lágrimas desde las cuatro hasta las seis y desde las ocho hasta las once. Menos los martes, que tenía cita con el psiquiatra a las cinco. 
Tan perdida, tan rota. Tan delgada sin hacer más ejercicio que el de encerrarse en el baño y meterse dos dedos en la garganta.
La melena hasta la cintura, que siempre iba cubierta por sudaderas casi tan grandes como su tristeza. 
La piel bien pálida, como la de un enfermo justo antes de escapársele el último suspiro. 
Adoraba las pulseras. Las mismas pulseras que escondían tan bien aquellas decenas de cicatrices. 
Nunca salía a la calle sin embadurnarse las ojeras con una buena capa de maquillaje.

Siempre la había envidiado. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

¿Complejos? ¡Camaleones!

Se sentó frente a mí con aquella expresión divertida y provocadora al mismo tiempo: sabía que era un blanco fácil, a pesar de tener la defensa bien alta. Intentaba no parecer débil, pero los latidos de mi corazón me delataban.
-Me gusta tu forma de pensar.
-A mí no.
Soltó una pequeña carcajada al mismo tiempo que desplazaba la mirada de mis ojos a mis labios, una y otra vez.
-¿Siempre utilizas ese toque de ironía para hablar o es por mí?
-En realidad no lo decía irónicamente. Y no eres tan especial.
-¿Ah, sí? No decías lo mismo ayer por la noche.
-Eres un estúpido.
-Puede. Pero este estúpido acaba de sacarte una sonrisa —hizo una pequeña pausa—. Siempre estás seria. Como... Como ausente. ¿Nadie se da cuenta?
-Yo me doy cuenta.
-¿Y a qué se debe tanta seriedad?
-Eso no es asunto tuyo.
-Te defiendes demasiado. ¿Acaso te da miedo...
-Yo no le tengo miedo a nada.
Empezó a acercarse a mí, hasta que nuestros labios estuvieron apunto de rozarse.
-¿A nada?
-Quizás a mí misma.


Y nos besamos.